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Cuento de gato

"Escribí un cuento corto", dijo la voz. "Sobre qué?" cuestioné. "Sobre un gato verde". "Aaaahhhhhhhhhhhhhh", dije. No se puede argumentar mucho contra una voz en la cabeza de una que pide una hisotria sobre un gato verde. Ni siquiera se puede preguntar qué puede tener que ver un gato verde con nada...
Así que... ahí va. La historia del Gato Verde.

Marquitos jugaba a la pelota en el pasillo que daba a la puerta de calle, que, por supuesto, tambien conectaba, con sus baldosas gastadas de 1920, con los demás departamentos del consorcio. Su abuela lo vigilaba, sentada en un banquito con la pava humeante al lado y el mate en la mano.

Marquitos no recordaba ni se imaginaba una época en la que no hubiera sido así. ("nullNo vas a poner eso..." "No sé, la historia dice que es así") La abuela y su mate eran eternos como los altos dinteles de las puertas de la vieja casona, que ya había sido testigo de todos los cambios de modas y melodías. Desde los malevos con pañuelo al cuello, hasta las chicas con jeans ajustados y polleras cortas. Y había otra cosa tan eterna como esa casa. O quizá má. El gato verde. Marquitos todavía no sabía si la gente no lo veía, o si lo veía como algo tan común como el boquete de la pared que nunca se arregló y del que respondió su mamá, cuando Marquitos le preguntó porqué no se arreglaba: "Ah, sí. Hace tanto tiempo que está ahí... Pero como no jode..." Al parecer, el gato verde tampoco jodía. A él sí... No podía entender como es que había un gato verde. Y era así, nomás. El GATO VERDE ESTABA AHí. SIEMPRE. Y lo miraba, con sus ojos fríos, cada vez que Marquitos iba al fondo del pasillo a buscar su pelota. No era exactamente al fondo, sino más bien a la izquierda del fondo, un poco como detrás de la pared del último departamento, casi al lado de la canilla de baldear el pasillo. Aunque a Marquitos le parecía que no podía ser, proque al lado de la canilla no había ningun lugar donde pudiera caber un gato. Estaba la canilla, y la pared. No había lugar para gato. Y para uno verde...

Como nunca nadie hablaba del gato, él tampoco. Aunque se preguntaba porqué. No podía ser que el gato fuera como una puerta o una ventana, de tan común que uno no las menciona a menos que sea para abrirlas, cerrarlas o agregarlas. Además, Porqué estaba ahí ese gato que lo miraba tan fijo?...

El día de hoy, Marquitos le dabapor quintillésima vez vueltas a ese asunto. Tan concentrado estaba, que la pelota se le escapó y la tuvo que correr justo hasta el cordón de la vereda, donde quedó acunada con el asfalto, después de dar de lleno contra un señor que pasaba apurado con una caja de cartón llena de agujeros a los costados. La caja casi cae al suelo. Sólo se salvó gracias a los extraordinarios reflejos de Marquitos, que ya habían salvado varios platos de estrellarse contra el piso. Así fue que pdo vislumbrar el contenido de la caja. Y miró con más atención al hombre que la llevaba. Tenía los ojos verdes. Pero mucho, muy verdes. Tanto como....

"Muchas gracias" dijo el señor, apresurándose a recuperar la caja. Miró adentro de ella y se disponía a irse, pero Marquitos, que siempre era muy tímido, hizo algo muy poco común en él: agarró al hombre del brazo y le dijo: "Yo tambien tengo uno, Qué es?" Y el señor lo miró con sus ojos verdes, tan verdes como el gato en la pared y...

"Marquitos, vení a tomar la leche!! Y lavate las manos antes de venir!" Marquitos agarró su pelota, fue hasta el fondo del pasillo y abrió la canilla. Lavó la pelota, se lavó las manos y cerró la canilla. Y se dijo que le iba a decir a mamá que trataron de arreglar ese boquete en la pared, al lado de la canilla. Quedaba muy feo, aunque no molestara.



Muchos años más tarde, ya en la facultad, se encontró con un hombre. Sus ojos le hacían acordar algo... pero nunca consiguió averiguar qué. Le dejaba una sensación como de algo que había perdido, cuando era muy chico y jugaba a la pelota.

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