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cuentos

¿Sueño?

Era un viernes demasiado lluvioso para ir a ningún lado. Llovía como si el cielo hubiera sido una gran represa que algún terrorista hubiera volado en pedazos. Casi podría haber sido cierto, porque en la televisión ciudades enteras sucumbían ante el poder creciente de las aguas, que en muchos caso ya había llegado a los techos. Al menos este era un lugar alto y el agua en el suelo no llegaba a más de medio centímetro. Igualmente, salir no era una perspectiva del todo agradable.

-Los boliches, cines y cafés se pueden ir bien a la mierda hoy, que yo no voy a ir ni aunque me paguen- dije, apagué la luz, cerré los ojos... ya me iba durmiendo... ya me iba a dormir...

El sonido de un violín me hizo abrir un ojos, después el otro. Nunca había escuchado a alguien que tocara así el violín, con tanta emocioón... No, no era emoción. Se escuchaba como si no hubiera diferencia entre el que tocaba y el instrumento, parecía como si hubieran sido uno solo, como se la persona fuera violín o el violín, persona. En ese segundo se calló el sonido y el silencio, mejor dicho, la falta de él porque en esta ciudad nunca hay silencio, me torturó de tal forma que me hizo pensar que sólo habia soñado ese maravilloso sonido...

Volví a cerrar los ojos, ya caía nuevamente en brazos de mi ángel... y otra vez, pero esta vez mucho más hermoso que la anterior. Ya no era hombre-violín, violín-hombre, ahora era un violín-bosque, violín-magia, ya no sé. Porque otra vez había callado. Pero esta vez no podía decir que lo había soñado, porque yo no lo había soñado. El único problema era que tampoco era real, pero a la vez tampoco era imaginario. Y yo todavía no estaba tan loco. Me levanté, prendí la luz, me vestí. Para demostrarme a mí mismo que no estaba loco (o quiza para demostrarme qeu sí lo estaba, pero para no quedarme con la duda) llamé un taxi para hacer mi típica salida de lluvia al cine más cercano. Ya cuando estaba entre las butacas siguiendo el círculo de luz de la linterna del acomodador, me acordé de la botella de cognac en la repisa de mi departamento. Aunque no sirvió de nada, porque recordaba perfectamente y sin lugar a dudas haber tomado una sola medida y de haber deja la botella casi tal y como estaba.

-Bueno,- me dije- vaya uno a saber qué fue.- La película era de un asesinato, el cuchillo relucía con todas sus ganas en la pantalla, pero no pudo evitar que me durmiera. Porque yo, en realidad, tenía sueño. Por eso había decidido no salir. Por eso quería dormir y otra vez ese violín, ese viento-en-las-hojas, ese luz-en-las-ramas, porque ya ni siquiera era un violín, ya no era, no podía ser tan sólo un instrumento, y el cuchillo en la pantalla... ¿Qué hora es? Yo tenía sueño. Pero mi reloj no estaba. Levanto la mirada y el cine tampoco. Estaba en ese bosque-violín. ¿O no estaba? ¿O me había muerto en el cine en una ataque al corazón con aquélcuchillo? Y el bosque-violín, el viento-de-hojas me hizo olvidar lo mundano. Caminé por entre los árboles, con los chisporroteos verdes de sol en mis manos, en mi cabez, en mis pies. Hasta que vi mi agenda. Pero no la de ahora; aquella que había querido tanto y que había perdido con todos los poemas juntados, las hojas encontradas, la sonrisa del viento en una página doblada. No terminaba mi alegría cuando vi también, con el rabillo del ojo el cuadro de mi abuela que nunca supe qué se hizo tras su muerte. Ese que ella me decía, con su voz suave de hada, que si miraba con suficiente atención, podía ver como se llegaba a... ¡Aquí! Nunca tuve la paciencia para darme cuenta que era aquí, en el bosque-violín, el viento-sauce...

Al lado del cuadro había una escalera de árbol. Y a través de esa escalera se podía escuchar llover. Como si el cielo hubiera sido una represa rota. Un anzuelo en mi mente me llevó a través de ella, a través del sueño, del cine, del árbol, del cuadro...

Y el violín.

Me despertó el silencio, o la falta de él, porque en la ciudad...

Ma' sí, yo me vuelvo a dormir. Seguro que sueño con el cuadro de mi abuela y la agenda que perdí. Y a quién le importa porqué pensé justo en eso. Todos los psicólogos están más locos que uno. A quién le importa porqué uno recuerda... Zrzrzrzrzrzrrzrzzrzrzrzrzz...

Cuento de gato

"Escribí un cuento corto", dijo la voz. "Sobre qué?" cuestioné. "Sobre un gato verde". "Aaaahhhhhhhhhhhhhh", dije. No se puede argumentar mucho contra una voz en la cabeza de una que pide una hisotria sobre un gato verde. Ni siquiera se puede preguntar qué puede tener que ver un gato verde con nada...
Así que... ahí va. La historia del Gato Verde.

Marquitos jugaba a la pelota en el pasillo que daba a la puerta de calle, que, por supuesto, tambien conectaba, con sus baldosas gastadas de 1920, con los demás departamentos del consorcio. Su abuela lo vigilaba, sentada en un banquito con la pava humeante al lado y el mate en la mano.

Marquitos no recordaba ni se imaginaba una época en la que no hubiera sido así. ("nullNo vas a poner eso..." "No sé, la historia dice que es así") La abuela y su mate eran eternos como los altos dinteles de las puertas de la vieja casona, que ya había sido testigo de todos los cambios de modas y melodías. Desde los malevos con pañuelo al cuello, hasta las chicas con jeans ajustados y polleras cortas. Y había otra cosa tan eterna como esa casa. O quizá má. El gato verde. Marquitos todavía no sabía si la gente no lo veía, o si lo veía como algo tan común como el boquete de la pared que nunca se arregló y del que respondió su mamá, cuando Marquitos le preguntó porqué no se arreglaba: "Ah, sí. Hace tanto tiempo que está ahí... Pero como no jode..." Al parecer, el gato verde tampoco jodía. A él sí... No podía entender como es que había un gato verde. Y era así, nomás. El GATO VERDE ESTABA AHí. SIEMPRE. Y lo miraba, con sus ojos fríos, cada vez que Marquitos iba al fondo del pasillo a buscar su pelota. No era exactamente al fondo, sino más bien a la izquierda del fondo, un poco como detrás de la pared del último departamento, casi al lado de la canilla de baldear el pasillo. Aunque a Marquitos le parecía que no podía ser, proque al lado de la canilla no había ningun lugar donde pudiera caber un gato. Estaba la canilla, y la pared. No había lugar para gato. Y para uno verde...

Como nunca nadie hablaba del gato, él tampoco. Aunque se preguntaba porqué. No podía ser que el gato fuera como una puerta o una ventana, de tan común que uno no las menciona a menos que sea para abrirlas, cerrarlas o agregarlas. Además, Porqué estaba ahí ese gato que lo miraba tan fijo?...

El día de hoy, Marquitos le dabapor quintillésima vez vueltas a ese asunto. Tan concentrado estaba, que la pelota se le escapó y la tuvo que correr justo hasta el cordón de la vereda, donde quedó acunada con el asfalto, después de dar de lleno contra un señor que pasaba apurado con una caja de cartón llena de agujeros a los costados. La caja casi cae al suelo. Sólo se salvó gracias a los extraordinarios reflejos de Marquitos, que ya habían salvado varios platos de estrellarse contra el piso. Así fue que pdo vislumbrar el contenido de la caja. Y miró con más atención al hombre que la llevaba. Tenía los ojos verdes. Pero mucho, muy verdes. Tanto como....

"Muchas gracias" dijo el señor, apresurándose a recuperar la caja. Miró adentro de ella y se disponía a irse, pero Marquitos, que siempre era muy tímido, hizo algo muy poco común en él: agarró al hombre del brazo y le dijo: "Yo tambien tengo uno, Qué es?" Y el señor lo miró con sus ojos verdes, tan verdes como el gato en la pared y...

"Marquitos, vení a tomar la leche!! Y lavate las manos antes de venir!" Marquitos agarró su pelota, fue hasta el fondo del pasillo y abrió la canilla. Lavó la pelota, se lavó las manos y cerró la canilla. Y se dijo que le iba a decir a mamá que trataron de arreglar ese boquete en la pared, al lado de la canilla. Quedaba muy feo, aunque no molestara.



Muchos años más tarde, ya en la facultad, se encontró con un hombre. Sus ojos le hacían acordar algo... pero nunca consiguió averiguar qué. Le dejaba una sensación como de algo que había perdido, cuando era muy chico y jugaba a la pelota.

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